
Por más de tres semanas México ha experimentado la vida en “aislamiento” para combatir el fenómeno de salud más grande del que se tenga registro en las últimas décadas.
Las consecuencias que se generan durante una situación de esta naturaleza son brutales en muchos aspectos.
Nuestra vida cotidiana redujo las revoluciones al mínimo. Ante la voz de: “Quédate en casa”; no podemos ir a la oficina, no podemos pasear libremente por las calles, por centros comerciales, parques, clubes deportivos, etc.
Para muchas personas ha sido complicada la adaptación, otras han encontrado oportunidades para recuperar, perfeccionar o aprender cosas nuevas. Hay de todo. Pero una opinión común es la desaceleración de la vidas.
Esta “disminución de revoluciones” nos saca de nuestra zona de confort. Esa zona donde el crecimiento es marginal. Donde una vez instalados, podríamos pasar una buena temporada antes de sentir la necesidad de movernos. Hoy, todos, de alguna manera, estamos fuera de nuestra zona de confort.

Estamos obligados -por instinto- a hacer lo que resulte necesario para “sobrevivir” a la nueva, aunque temporal, condición -labores de casa, “ser” maestros, cocinar, trabajar desde casa, jugar con los niños, vida de pareja, etc., etc., etc.-; con la esperanza de que pasado el tiempo habremos crecido y desarrollado nuevas habilidades.
Durante esta etapa actual, nos conectamos con los seres queridos y amigos. Pareciera ser cierto que nuestra zona de confort antes del COVID-19 era “estar pero no estar”, o sea, íbamos pasando la vida.
Dentro de todo lo negativo que, lamentablemente, estamos experimentando, siempre podemos identificar algún aspecto positivo.
Estamos viviendo (literalmente) uno de los cursos de superación personal más efectivos que se pudieran encontrar. Confío en que esta desaceleración tendrá consecuencias positivas para las relaciones humanas. Habrá un impacto positivo en la capacidad de empatía, de escucha y de apoyo. El tiempo de convivencia con la gente que queremos será revaluado. Así pues, evolucionaremos en lo individual y, consecuentemente, como sociedad.
Bienvenida la evolución para la condición humana.
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